Aceite de palma, de aguacate, de girasol, mayonesas caducadas, restos de orujo... cualquier cosa servía para elaborar una masa que luego se vendía como aceite de oliva. El producto, además, se fabricaba en una planta de biodiésel de uso industrial para coches y maquinaria, situada en Mengíbar (Jaén). Ni había controles sanitarios —aunque el Ministerio de Sanidad ha descartado que existan riesgos para la salud— ni los responsables de la estafa pagaban IVA.
La Guardia Civil, tras un año y medio de investigaciones, ha logrado desmantelar esta organización que tenía su centro de operaciones en Jaén y que podría llevar actuando desde 2006. En la operación «Lucerna» han sido detenidos 15 españoles, empresarios vinculados al aceite y con relaciones familiares entre ellos, dos ecuatorianos, una colombiana y un italiano. Habían creado un entramado empresarial con más de treinta sociedades instrumentales en España, Italia y Portugal.
Ni por el olor se sabía
Los investigadores estiman que la estafa por fraude del IVA puede superar los tres millones de euros, aunque podría dispararse cuando se analice la documentación incautada. Los técnicos de laboratorio que trabajaban para la trama habían logrado mezclas «tan perfectas», según los investigadores, que quedaban ocultos los marcadores reveladores de la presencia de cada uno de los aceites utilizados. Ni siquiera el olor delataba el producto empleado mayoritariamente.
El núcleo duro de la red —el padre y tres hijos— lograron engañar incluso a cooperativistas tradicionales del aceite de oliva, que les entregaron su cosecha para que la transformaran en su almazara. «Fíjate, si son pardillos que dicen que está buenísimo», reían los ahora detenidos en una de las intervenciones telefónicas. Los investigadores del Grupo de Delincuencia Económica de la UCO destacan que esas escuchas revelan el grado de perfeccionamiento de la adulteración. «Esta mezcla huele a jabón; ésta está muy ajustada, este cuela como virgen; éste se va para arriba», son algunas de las frases que se les oye pronunciar.
Los cabecillas se dedicaban a la producción de aceite de oliva, de ahí que ya tuvieran los contactos para la venta y las sociedades. Para comercializar el producto adulterado empleaban dos métodos: la venta a granel a empresas ajenas a la trama —intermediarias que a su vez suministraban a las grandes marcas— y, por otra parte, el embotellado y etiquetado de la mezcla como un aceite distinto al que en realidad era.
Con esta osadía y valiéndose de testaferros a los que pagaban hasta 1.500 euros solo por figurar, han colocado miles de toneladas en el mercado. Una de las últimas partidas detectada fueron 4.700 toneladas de aceite de palma importado de Ecuador. Esa cantidad da idea de lo que vendieron: desde orujo, a aceite lampante hasta virgen extra, pero con restos de grasa de maquinaria.
Fuente: abc.es
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